De vez en cuando nacen personas extraordinarias. Y los que tenemos la inmensa fortuna de cruzarnos con ellas en la vida solo podemos estar agradecidos, por mucho que nos parezca insuficiente el tiempo que hemos podido compartir con ellas.

Antonio Ordóñez era una de esas personas extraordinarias. Pura pasión; pura entrega a los demás; siempre con una sonrisa en el rostro; transformando para mejor a quien quiera que lo conociera.

Antonio Ordóñez Márquez, Sacerdote Jesuita (1974-2021), fue otro de los miembros de la Compañía de Jesús a cuyo nombre debemos honrar para siempre en Scouts MSC. Como el también jesuita Jaques Sevin, fundador del escultismo católico, Antonio vio en el movimiento scout una extraordinaria manera de vivir el Evangelio. Y se entregó a él allí donde fue: en los grupos scouts de los que fue miembro; en las estructuras, a las que siempre estaba dispuesto a ayudar (con actitud crítica pero disciplinada, como buen jesuita), o en la Rama Ruta, de la que era consiliario nacional, y en la que pudimos ver, asombrados, su capacidad para entender, escuchar, hacer crecer como personas y acompañar a los y las jóvenes, a quienes nunca dejaba indiferentes.

Acompañar. Esa era una de sus mayores virtudes. Sin juzgar, sin aleccionar, sin condicionar. Estar al lado, escuchando, apoyando, ayudando a que cada cual consiguiera desarrollar su potencial y encontrar la salida a las situaciones en las que la vida nos sitúa.

Él, que a muchos de nosotros nos enseñó la importancia y el significado de acompañar, nos ha dejado en cambio más solos con su marcha antes de tiempo.

La última vez que pude estar con él en persona, al inicio de esta pandemia que nos asola, y sabiendo ya el diagnóstico de la enfermedad que inevitablemente iba a acortar su vida, me dijo estas palabras: “Yo solo puedo dar gracias por la vida tan plena que he podido vivir”. Esa frase describe perfectamente a Antonio: la alegría por lo vivido antes que cualquier reproche o pena. El agradecimiento a Dios y la confianza plena en Él ante cualquier circunstancia.

Ya cerca del final, me pedía que no comentara a sus conocidos cómo estaba, “ya sabes cómo se preocupan…” de nuevo Antonio en estado puro: los demás siempre antes que él mismo, por mal que pintaran las cosas.

Así que la mejor manera de honrarle es haciéndole caso. Demos gracias a Dios por su vida, en lugar de lamentar su fallecimiento. Agradezcamos también a la Compañía de Jesús que ponga al servicio del escultismo tantas personas buenas. Celebremos que tuvimos la fortuna de conocerle, y cuidemos aquello que él mejoró en nosotros, que seguro que fue mucho.

Sabiendo que él nos cuida ya desde la Casa del Padre, dediquémosle nuestra mejor sonrisa.

 

Descansa en paz, Antonio. Y gracias por todo.

 

Carlos Lucas Sierra

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